sábado, 16 de mayo de 2009

En busca de la amada:

Caminaba Richard por el interminable sendero, a izquierda y derecha solo se observaba la dorada llanura, un viento lento chocaba contra su nuca trayendo consigo el sonido de un río ya pasado.

A medida que avanzaba hacia su destino el dia se oscurecía repentinamente, como vaticinando lo que le esperaba, tanto es así, que una asfixiante niebla empezó a atraparlo, el frió de éste le helaba las articulaciones, la soledad en la que se encontraba volvía a su memoria, y la duda pasó por su mente, pero no cesaría en su avance, no podía ni quería hacerlo, lo juró a un viejo amor a quien no podía defraudar,entonces la vio, esa mansión ruinosa y oscura que al mismo diablo parecía pertenecer.

Estuvo caminado, esta vez con más rapidez, durante unos minutos más, y pronto se encontraba delante de la puerta, hecho un rápido vistazo a lo andado y volvió a ver el interminable y solitario camino.

Y entró, ante sus ojos una tétrica y angustiosa sala digna de la poesía de Poe, con enormes escaleras con escalones de dos palmos, lo que predominaba en esa casa era el negro, tinieblas en cualquier parte donde las sombras y la sugestión hacia estragos en cualquier persona que allí se atreviera a entrar.

Con una velocidad pasmosa subió dichas escaleras y sin prestar atención al resto entró en la habitación de la derecha, y allí se encontraba el monstruo, barrigudo y mal oliente, cruel y violento, mientras se limpiaba las fauces después de comer el manjar preparado por Helena, y a ella también la vio, hermosa aun con los harapos que tenia como única vestimenta.

- Vengo a llevármela - dijo Richard con una voz potente.

- No lo harás, me pertenece - dijo en monstruo enseñando su anillo.

- Me la llevaré igual.

En ese momento el monstruo se avalanzó sobre Richard y como éste era muy zorro aprovechó la feroz fuerza de su oponente y se apartó de su envestida cayendo el bruto al suelo y fue en ese instante cuando Richard sacó su machete y le asestó un golpe mortal al monstruo.

Corrió a reunirse con Helena, que con aspecto cansado por todo lo padecido le sonrió, ambos salieron de la casa. Al salir volvieron a ver ese camino que seguia pareciendo interminable, pero ya no solitario, por fin Helena y Richard estaban juntos, y por fin, después de tanto tiempo, volvieron a sentir la libertad.

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