lunes, 4 de mayo de 2009

El hombre raro que se para en la calle

Un día de verano, de ese verano andaluz, en el que puedes pasar de un sofoco enredador a un sentimiento tan agradecido como una brisa marina en apenas unos minutos, donde los gorriones revolotean cantando al mismo son, y al echar una mirada atrás ves a los chiquillos dar patadas a un balón en una plazoleta.

Realmente adoraba el verano, la tranquilidad que representa, la viveza que demuestra y esos largos paseos.

Cuan diferente era todo esto de mi vida real, la "otra vida" como me gustaba llamarla. En mi otra vida el pan de cada día era la rutina, ese monstruo que te va robando el alma poco a poco, y que hace que no distingas las circunstancias, ya que todas son iguales uno y otra vez, en esa odiosa vida en la que cada dia es una decepción, volver a ver la pantalla de ordenador y acordarte de tus sueños juveniles jamás cumplidos, y acordarte también de la escasez de amor en tu corazón.

De repente el ruido de un pelotazo me despertó de mis ensoñaciones, y volví a esta vida, la que tanto amaba, miré hacia arriba con la diestra cubriéndome los ojos y observe el sol, ese sol que lo cubre todo, ese sol fuente de vida. Volví a mirar a esos chicos divirtiéndose, volví a escuchar a los gorriones con su alegre canto y volví a sentir la brisa marina, y tras ésto me vino un sentimiento, una idea: Esperanza.

Continuo mi camino...

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